SÉPTIMA Y OCTAVA CRUZADAS

Los devenires de ésta época en donde encontraréis las batallas mas importantes y todo lo relacionado con esta parte de la historia.

SÉPTIMA Y OCTAVA CRUZADAS

Notapor wilddamon » 19 Sep 2013 14:23

SEPTIMA CRUZADA (1248-1254) Y OCTAVA CRUZADA (1270)

Federico II, fiel a su política diplomática, se adecuaba a la realidad dominante y, en 1247, firmó un acuerdo con el sultán de Egipto, hombre fuerte de la situación. En 1245, el Concilio de Lyon había acordado proceder al llamamiento de una nueva cruzada. El papa Inocencio IV estaba enfrentado a Federico e instrumentó ahora al fanático rey Luis IX de Francia -que acabaría elevado a los altares-, erigiéndose en líder máximo de las nuevas operaciones. El monarca francés convirtió la idea de cruzada en uno de los ejes de su reinado. En esta ocasión, las operaciones militares no se plantearon sobre el estricto espacio de Tierra Santa, sino que se situaron en Egipto.
Los consejos que el experimentado Federico le dio no fueron oídos por la cerrazón del francés, firmemente convencido de hallarse en posesión de la verdad. En 1248. tras fracasar en Chipre en su intento de pactar con los mogoles para presionar al adversario común, el desastroso político que era Luis decidió entrar por la vía de la fuerza directa, que tan mal había funcionado con anterioridad.

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El buen resultado de las primeras operaciones, realizadas a partir del desembarco efectuado en Damieta, en 1249. deslumbró a sus ejecutores y pareció ofrecer las mejores perspectivas. Con este espíritu, la marcha de los envalentonados cruzados franceses hacia El Cairo se inició, al año siguiente, como un verdadero paseo militar que fue, sin embargo, detenido muy pronto de la forma más decidida. A la cruenta derrota que sufrieron en Mansura, siguió una vergonzosa retirada que incluyó la captura de Luis, que fue recluido. Solamente la devolución de la plaza de Damieta y el pago de una fuerte cantidad de dinero le devolverían la libertad. A pesar de lodo, continuó en Palestina durante los siguientes cuatro años. Por una vez, el fanatismo espiritual se había impuesto sobre los intereses materiales, pero, evidentemente, tampoco había sido capaz de responder al desafío planteado.
La suerte ya estaba echada con los feroces y decididos mogoles enseñoreándose en el Medio Oriente. La complicación de la confusa situación liana que las alianzas se sellasen y saltasen sin cesar, creando imposibles aliados de un día que, al siguiente, se enfrentarían en el campo de batalla. En Occidente, la perdida de la posición clave de Antioquía, en el año 1268, fue la impulsora del llamamiento a una nueva cruzada. El obstinado Luis de Francia no se sintió escarmentado con el humillante fracaso que había cosechado y quiso dirigir de nuevo las operaciones. Para ello, había incluso llegado a construir en la costa de Provenza el puerto de Aigues Mones, ideado como base de partida de sus cruzados. De allí marcharía en el que iba a ser su último viaje. Su hermano Carlos de Anjou, rey de Napóles y Sicilia, le había convencido de la necesidad de efectuar un ensayo previo en Túnez, donde sin duda podrían obtener alguna brillante victoria. Pero la suerte estaba definitivamente en su contra y, en 1270, el rey moría víctima de la peste, durante el asedio a la capital del territorio. Las fuerzas francesas regresaban a su país, tras firmar una paz que convertía a Túnez en país tributario de su reino. Mientras tanto, los contingentes dirigidos por el príncipe Eduardo de Inglaterra proseguían en Tierra Santa la tarea paralela originalmente programada y, tras su desembarco en las costas palestinas, la vía diplomática volvía a mostrarse como la única posible: en 1272 se firmaba la paz con el sultán.

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En el Concilio de Lyon (1274), se comprobaba el fracaso del papa Gregorio X en su intento de organizar otra operación cruzada que. a pesar de contar con los decisivos apoyos del emperador bizantino, Miguel Paleólogo, y de Rodolfo de Habsburgo, no llegó a pasar de ser un proyecto fallido desde sus mismos planteamientos. Una cruzada postrera, que tampoco ha sido integrada como tal en la relación tradicionalmente admitida por los historiadores, fue la que predicó el papa Nicolás IV en 1289. Unos escasamente entusiasmados monarcas cristianos establecieran algunos acuerdos previos con los mogoles, pero ni siquiera se llegó a preparar partida alguna. Las posesiones cristianas iban cayendo una tras otra y, llegado el verano de 1291. la presencia de los occidentales en Palestina no era ya más que un recuerdo. Por lo que se refería a Tierra Santa, el espíritu cruzado estaba definitivamente muerto.

LITERATURA E IDEOLOGÍA
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En 1581, el napolitano Torquato Tasso publicaba su poema épico "Jerusalén libertada". En él, las idealizadas figuras de Godofredo de Bouillon y sus bravos compañeros, empeñados en idealista pugna por rescatar a la Ciudad Santa de las impuras manos del infiel, alcanzaban niveles literarios de gran entidad. Eran momentos aquellos en que el Papado dirigía con vigor sobre el corazón de Europa la lucha de la Contrarreforma en contra de la rebelión protestante. Dominaba Tasso la técnica literaria y ofreció un afortunado ensamblaje de realidad histórica y elementos novelescos. La obra conoció inmediatamente una gran difusión y fue traducida a diversas lenguas, viniendo a servir como útil instrumento propagandístico del Pontificado romano. La vieja pugna de cruzados y musulmanes servía ahora como idealizado modelo para la lucha planteada entre católicos y protestantes. Era, una vez más, como lo iba a seguir siendo hasta el día de hoy, la literatura puesta abiertamente al servicio de la ideología.
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