LA SEGUNDA CRUZADA

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LA SEGUNDA CRUZADA

Notapor wilddamon » 21 Ago 2013 13:22

Tras la proclama de Bernardo de Claraval, los reyes Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania encabezaron esta segunda misión, cuyo objetivo era recuperar Edesa. Sin embargo, primaron las ansias económicas y se dirigieron finalmente hacia Damasco, donde fueron derrotados.
Apenas medio siglo se mantendría la misma situación en Oriente, que en ningún momento se vio libre de tensiones y amenazas por ambas partes. Los cruzados, que nunca dejaron de mostrar fuertes enfrentamientos internos, fortalecían una presencia que creían definitiva con la construcción de una serie de formidables fortalezas. De entre todas ellas destacaba por su lugar de emplazamiento. perfección de diseño constructivo y dimensiones, la del Krak de los Caballeros, en la actual frontera sirio-Iibanesa. Llegado el año 1144, fue la toma del estratégico enclave de Edesa por los turcos lo que hizo saltar las alertas para el poder cristiano y Occidente se dispuso a actuar en favor de los amenazados reinos latinos. La ciudad tenía una gran importancia simbólica, ya que allí se había hallado la Sábana Santa, el supuesto sudario de Cristo, convertido en uno de los iconos básicos de la cristiandad. El papa Eugenio III encargó la predicación de la Segunda Cruzada a Bernardo de Claraval, el gran reformador monástico que sería elevado a los altares. Los efectos de sus vehementes palabras no tardaron en producir una fuerte reacción. En este caso, los dirigentes de las operaciones iban a ser, verdaderamente, de altos vuelos. Mientras que Luis VII, rey de Francia, recibía la cruz en una ceremonia celebrada en Vézelay, en Spira era el propio titular del Sacro Imperio Romano, Conrado III, quien la recogía.
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Las vehementes prédicas que lanzaba Bernardo para conseguir aglutinar a la mayor cantidad posible de seguidores eran tan ardientes, en defensa de lo que proclamaba como la verdadera fe y atacando a las otras creencias, que no tardó en desatarse por varios países una serie de salvajes pogromos contra las comunidades judías. El viejo y bien arraigado antisemitismo europeo daba, una vez más. muestra de su persistente y activa existencia.
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Los ejércitos de los caballeros de Cristo realizaron la obligada larga y penosa marcha terrestre que, tras superar los espacios danubianos y carpáticos, traspasó las fronteras del Imperio Bizantino y, una vez más, volvieron a repetirse los desmanes y atropellos que se habían producido en la anterior ocasión. El emperador era ahora Manuel Comneno, nieto de aquel Alejo que había soportado entonces las mismas humillaciones. Pactos secretos, traiciones e intrigas decidían el fondo de la cuestión, mientras los ejércitos francés v alemán debían enfrentarse en su recorrido por Anatolia con el constante hostigamiento turco, en gran medida fomentado por el emperador bizantino, que les produjo grandes penalidades y una elevada mortandad. El rey galo y el teutón, que dirigían sus respectivas fuerzas, mantenían una hostilidad mutua que iba a ser una de las causas básicas del desastre final de la operación. El hábil Manuel Comneno instrumentaba en su propio beneficio esta rivalidad, en la que tenía un destacado papel la esposa del primero, Leonor de Aquitania. Una de las mujeres más interesantes de la Edad Media. Una vez en Siria, parecía llegada la hora de la revancha, y a aquellos ambiciosos cruzados les pareció mejor idea la conquista de la rica Damasco que la recuperación de la simbólica Edesa.
Todos los jefes estuvieron de acuerdo con este nuevo plan. Sin embargo, mal planteado el asunto desde el primer momento, todo su desarrollo se resintió, en medio de la desconfianza mutua de los aliados, sus constantes enfrentamientos, las intrigas y las traiciones. En apenas tres años, todo acabó en el más completo fracaso y se había demostrado la primacía de los intereses materiales sobre los espirituales.
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El envenenamiento de las relaciones entre los príncipes cristianos iba a permitir durante cuatro décadas el mantenimiento de la situación en Tierra Santa y proporcionaba un respiro al siempre amenazado Imperio Bizantino, acosado tanto desde el efervescente Occidente cristiano como desde el Oriente, decidido a lanzarse a la más abierta expansión. El desastroso balance resultó nefasto para la imagen de los cruzados, a los que se estaba empezando a ver desde una luz muy diferente de la que originalmente había justificado su existencia.
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