La victoria del sultán egipcio conmocionó al Occidente cristiano y dio origen a la Tercera Cruzada, quizás la más conocida y glamurosa de todas. Durante la misma y en Arsuf, el mítico rey inglés Ricardo Corazón de León derrotó, por primera vez, a los hasta entonces invencibles soldados de Saladino, pero ni ésta ni posteriores batallas pudieron eliminar el poderío musulmán. Un resultado que presagiaba el tanteo final del enfrentamiento, el colosal empate entre civilizaciones que supusieron las muchas peregrinaciones, armadas o no, que hoy conocemos como Cruzadas.


La desunión entre los musulmanes permitió la supervivencia de los estados cruzados durante largos años, no exentos de hostilidades. Pero la Segunda Cruzada resultó un rotundo fracaso y los dos reyes -Luis de Francia y Conrado de Alemania- que la encabezaban, decidieron regresar a Europa, donde la cristiandad, que no podía admitir la derrota, creyó que Dios les castigaba por sus pecados. Una ola de movimientos piadosos pretendió purificar la sociedad. Y se preparó una nueva cruzada. Esta vez se trataba de un verdadero esfuerzo de guerra al que todos fueron llamados a contribuir. Pero también los musulmanes se habían fortalecido. Por primera vez, un líder guerrero, Saladino, había conseguido unir todo el Oriente musulmán y predicaba, además, la yihad o guerra santa.
Mientras, en Jerusalén, una orgía de conspiraciones e intrigas entronizó como soberano al impetuoso Guido de Lusignan, casado con la hermana de Balduino IV, el "rey leproso". El regente, Raimundo de Trípoli, trató de oponerse, pero hubo de desistir ante la deslealtad de la mayoría de los señores feudales. Así las cosas, a finales de junio de 1187, Saladino cruzó el Jordán con un ejército de casi 60.000 hombres, de los que más de la mitad eran jinetes, y puso sitio, el 2 de julio, a la fortaleza cristiana de Tiberíades, junto al mar de Galilea. Desplegó sus efectivos en la llanura que dominaba la ciudad por el oeste, protegiéndose así de cualquier ofensiva de los francos. Estos habían reunido sus tropas en Samaria, a veinte kilómetros escasos de distancia, desde donde controlaban todas las rutas y disponían de abundantes recursos para sus 6.000 caballeros, 18.000 infantes y un grueso contingente de caballería ligera.
Guido de Lusignan decidió olvidar la prudente recomendación de Raimundo de Trípoli, el ex regente, quien, siendo señor de Tiberíades, tenía a su familia en la ahora sitiada fortaleza. Este le aconsejó esperar a que los musulmanes se dispersaran, en vez de atacarles directamente para obligarles a levantar el sitio, como Guido pretendía. Las razones de Raimundo eran convincentes desde el punto de vista estratégico, dado que para alcanzar a las fuerzas de Saladino los cristianos tenían que atravesar la desértica llanura, sin agua y en medio del sofocante calor del estío. Además, insistió, una batalla entre Jerusalén y Tiberíades podría significar, en caso de derrota, la caída de la Ciudad Santa. Esa misma noche, sin embargo, Guido de Lusignan convenció a su tío Gerardo de Ridefort, Gran Maestre templario, de que las verdaderas intenciones del conde Raimundo eran las de deshonrarle, permitiendo que Saladino se apoderase de Tiberíades. Así que Ridefort, temiendo que le volvieran a acusar de cobardía -cuatro años antes se negó a enfrentarse con Saladino-, ordenó a su ejército iniciar la marcha a la mañana siguiente. Entretanto, Saladino había capturado la ciudad, aunque los defensores y la esposa de Raimundo, la valerosa Eschiva, se habían refugiado en la ciudadela, que seguía sitiada.


Al amanecer del día 3. el ejército cristiano levantó el campo y marchó hacia Tiberíades. Raimundo de Trípoli encabezaba la vanguardia; el rey mandaba el centro, custodiando la mayor reliquia de la cristiandad, la Vera Cruz (en la que según se creía, había sido crucificado el propio Jesús). Y, a la retaguardia, marchaban los templarios, Cuando Saladino se enteró, envió de inmediato algunas fuerzas que atacaron a la vanguardia de Raimundo de Trípoli, mientras otras la rebasaban en busca del grueso de los cristianos. Al calor asfixiante, se unió el polvo de las galopadas, las provisiones se acabaron pronto y la sed comenzó a atormentar a los latinos. La situación se hizo crítica y Raimundo advirtió a Guido de que a menos que alcanzaran el Jordán y el lago, el ejército estaría perdido. Esta vez el rey le hizo caso y ordenó que se avanzara con más rapidez, pero pronto se supo que la retaguardia, compuesta por templarios y hospitalarios, estaba inmovilizada bajo un intenso ataque de los arqueros turcos. El cuerpo principal cristiano vivaqueó durante la noche en las laderas de una doble cumbre llamada los Cuernos de Haliin, pero el descanso fue imposible. Saladino reforzó sus arqueros y siguió hostigando con ellos a los cristianos. Raimundo, entretanto, continuó el avance con la vanguardia. El rey. sin embargo, deshizo la formación para permitir que la caballería cargase contra los arqueros musulmanes, lo que provocó que cundiera el caos hasta que, por fin, fueron rodeados por los musulmanes. Raimundo y su valerosa condesa salvaron la vida, pero Saladino ejecutó a Reinaldo.